5 de noviembre de 2010

Un fin se semana en Palencia (con P de Paisaje)- Parte 1


(Para Alfonso, y para Mar, Alejandro, Lucía, Diego, Josechu, Iciar, Sara, Pablo, Miguel,
 Mar, Jeremy, Rodrigo, Daniel, Ana, Paula y María)  
“Y hay tierras tan bonitas y bellas, y tan llenas de cosas buenas que, los afortunados 
que las habitan, se creen que no puede haber nada mejor lejos de ellas”.
L.A.G.
mi primera “canción lenta” que bailé en Madrid
Hace exactamente veinticinco años asistíamos en el colegio mayor en Madrid a una 
charla de José María Pérez González, ¿y ese quién es?, Peridis, arquitecto, pero 
conocido por sus viñetas de humor político en El País (peridis en el país) . Dentro 
de las actividades culturales que se organizaban en el colegio mayor estaba la invitación
 a personalidades del mundo de la política, el arte, el humor,… que, tras la charla cenaba
 con un grupo de cinco o seis colegiales.
Nos comenzó hablando de sus tiempos de estudiante en el Madrid de los sesenta a 
dónde fue a estudiar desde su querida Palencia, desde Aguilar de Campoo más 
concretamente. En un momento de su charla, ¡cómo no¡ teniendo en cuenta que 
delante tenía doscientos chicos divertidos y encantados con sus aventuras, 
comenzó a contarnos sus técnicas para ligar (algo que debió de depurar bien 
porque era bajito, calvo, y más bien poco agraciado…- aunque como luego contaré 
algo tendrá….-) y las depuradas técnicas que las chicas tenían para mantener
 a los pulpos apartados. 
Para explicarnos cómo se apañaban las chicas para “durante una lenta” mantener 
a raya al peligroso mancebo, pidió un voluntario de entre el público. En ese momento
 se empezaron a oír gritos de “¡¡un novato! ¡que salga un novato!” Mientras que los
 “veteranos” nos señalaban a los novatos que estábamos sentados entre ellos.
 En un momento las voces cambiaron de “¡un  novato” a “!Daniel, el pamplonica¡” 
Peridis, atento a la jugada, dijo “pues que salga el pamplonica”.    
Como no había salida posible (y mi escaso sentido del ridículo es bien conocido), 
subí sin mucha resistencia al escenario pensando qué se le iba a ocurrir hacer a este
 singular personaje. Yo sería el chico ansioso por aprovechar la cercanía de la 
improvisada chica, representada por Peridis (¿por qué no invitamos a Charo López 
que por aquel entonces era uno de mis iconos “sesuales”?). Peridis me cogió las
 manos y me las puso alrededor de su cintura –avisándome que cuidadito con
 sobrepasarme- mientras colocaba las suyas en mis hombros y me miraba con 
ojos pillos. La banda sonora la ponían el resto del público que berreaban algo 
parecido a un vals. 
Con esa intimidad, la suave música de fondo,… ella (él) me pidió que la apretujara
 contra mí, algo que, por imperativo legal, hice. “!No seas estrecho, aprieta más!” 
me insistía ella (el). En el momento en que ya apreté a la “chica”, con pasión 
desbordada digna de las escenas más tórridas de Nueve Semanas y Media, note 
cómo el codo de “la joven” se incrustaba en un lugar determinado de la zona
 meridional de mi estómago que me hizo ver las estrellas –ella, pérfida como 
casi todas, había dispuesto sus brazos de tal manera que sus manos estaban 
en mis hombros pero sus codos apuntaban a mis…
Después de aquello, ni una carta, ni una llamada de teléfono, (emails no había…) 
ni una tarde al cine, nada, de nada. Todavía no me recuperado de ese desengaño 
amoroso, esa pasión truncada, ese triste final para un momento intenso como 
es el primer amor verdadero. 
mi “primera vez” en Aguilar de Campoo  
Años después asistimos a una boda de nuestro amigo Héctor, por aquellos 
momentos guitarrista del grupo leonés de rock “Los Flechazos” y nos alojamos 
en la Posada de Santa María la Real, donde el recuerdo de Peridis volvió a 
aparecer pues era el responsable de haber creado en Aguilar de Campoo la 
 Fundación Santa María la Real para, entre otros muchos fines, promover
 la conservación, restauración y mantenimiento en su máximo esplendor del
 monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, una joya de arte 
románico abandonada muchísimos años desde que Mendizábal, el de la 
desamortización, desposeyó de todos sus bienes a la comunidad de monjes
 y cerró el lugar.
Le busqué a mi adorado Peridis por los bares, por las plazas, por las esquinas
 del pueblo sin éxito. ¿Qué sería de él, se habría vuelto a enamorar?  ¿Enseñaría
 a bailar a otro? Pregunté por él. Me dijeron que andaba por Madrid. Que iba poco por
 el pueblo pero –y eso me dolió- siempre bien acompañado. ¡Ingrato!
 
alfonso en el país de las galletas 
Un fin de semana al año nos juntamos con los amigos de Ana de la universidad. 
En total ocho adultos y nueve niños y niñas. Como nos tocaba organizarlo a los señores 
de Cañas me acordé de este lugar –si bien sabía que el recuerdo del corazón partío
 por aquel público rechazo amoroso de mocedad volvería-.
De Aguilar de Campoo no solamente es mi primer desamor (y no último, ni penúltimo,
 ni antepenúltimo, ni…) madrileño sino también Alfonso, compañero de trabajo y una
 de esas personas buenas que hay por la vida. Buena de verdad. Compartimos las 
horas de la comida pues ambos nos llevamos la tartera con comida casera para evitar 
posibles intoxicaciones y úlceras de estómago por la continuada e inconsciente
 asistencia al comedor que graciosamente ofrece la empresa.
En esas comidas hablamos de todo de un poco y disfrutamos de un rato de 
agradable conversación en el que, entre otras cosas, me encanta que me cuente
 su experiencia de los dos años que pasó en China, perdido en algún lugar de ese
 imperio, intentando sacar adelante unos parques eólicos, más solo que la una, 
con un apoyo rancio desde la central y donde comenzó a desarrollar su gran afición,
 la pintura. ¿Por qué? Pues por que una compañera de trabajo pensó que pasaría 
muchas horas solo y le regaló su primera caja de pinturas al óleo. 
¿Y si no se las hubiera regalado? Que responda Marguerite Yourcenar (Les yeux ouverts): 
“a las personas no les gusta descubrir cómo depende su vida del azar, les avergüenza. 
Les gustaría tener una vida más o menos controlada por ellos mismos; y, si no es 
por ellos, por sus pasiones, sus amores, incluso por sus errores. Les parece más 
bello e interesante. Pero que haya dependido simplemente del autobús que ha cogido…” 
 o del regalo que una detallista compañera. 
En este enlace (http://www.flickr.com/photos/quearte ) podéis ver algunas de sus obras. 
A mi me encantan. Aprovecho para, si lo lee, recordarle que tiene pendiente pintarme 
uno basado en el relato de Nápoles que escribí –el hombre está recién casado y 
ahora no quiero presionarle pues entiendo que estará más atareado…-. 


molineros gays en Salinas de Pisuerga
En una de esas comidas Alfonso me recomendó lugares y excursiones por el entorno 
que cumplieran algunas condiciones teniendo en cuenta básicamente que íbamos con
 nueve niños y niñas entre 5 y 12 años. Para alojarnos el lugar elegido fue el Molino 
de Salinas (de Pisuerga), antiguo molino magníficamente restaurado por una pareja 
de homosexuales franceses –sé que estáis pensando que cómo leches sé esto… 
pero es que soy cotilla, muy cotilla, muy muy cotilla (y ya no voy a cambiar) y la
 gobernanta y yo intimamos rápidamente- que decoraron con una mezcla de diseños
 y objetos actuales dándole un ambiente entre clásico, colonial, africano, nórdico y 
veneciano. Ahora esta pareja tiene alquilado el edificio a la Fundación Santa María la 
Real quien lo gestiona.
Era especialmente delicioso sentarse en un sofá y ver el agua del canal (cuérnago, lo
 llaman) rodeado por una preciosa arboleda a través de los inmensos ventanales y 
verla pasar también bajo nuestros pies gracias a un suelo acristalado mientras atraviesa
 el edificio de lado a lado.  
El viernes vamos llegando las diferentes familias. Alejandro y Jeremy dicen que están 
un poco cansados por el jet lag (el primero, acaba de volver de un periplo infernal por 
la Europa del Este a los que intenta colocar los productos de la Fox-Century –Doctor 
House, Canal National Geographic…-, el otro, ha llegado ese mismo día de Méjico donde
 trata de vender los libros de la importante editorial en que trabaja-). Nosotros llegamos
 desde Pamplona y el cambio horario –que provoca un jet lag de diez minutos- también 
nos confunde… (¡¡se iban a pensar que solamente ellos tenían jet lag¡¡). El nuestro es
 jet lag foral…
Mientras los del jet lag se reponen intercambio intimidades con la gobernanta que
 -de algo sirve hablar con todo el que se pone por delante-, nos promete organizar
una visita guiada a la luz de las velas por el Monasterio de Santa María la Real para 
nosotros (4 euros/ persona, –yo también 4 euros-).
Cena en la plaza de Aguilar, bar los Siete Linajes. Comida castellana, contundente, 
sin concesiones a la deconstrucción de Ferrá Adriá y, de postre, un paseo por la plaza 
para respirar el aire con olor a galletas que tiene este lugar -nos cuentan que otros días 
huele a chocolate, a vainilla, a nata,… lo que me parece divertido ¿no?- y pronto a la cama
 que mañana toca excursión.  
 
La senda del roblón
La opción elegida es la senda del roblón ya que el día amanece encapotado, con un
 ligero sirimiri que nos desanima a los más osados a elegir una ruta más larga.
Conocido como “El Abuelo”, se trata de un roble albar de 12 metros de altura y 10 metros 
 de perímetro que tiene más de 800 años. Dejamos el coche en el aparcamiento y una
 corta pero empinada media hora (una hora con prole, carritos,…) nos lleva hasta él 
transcurriendo en su tramo final, por un bosque mixto de robles y hayas.

El roble ha simbolizado desde siempre la fortaleza y la majestad. Los árboles 
centenarios han sido venerados en todas las culturas, considerándose portadores 
de valores simbólicos tales como la sabiduría, la fecundidad, la experiencia. Sus entornos
 y el cobijo de sus ramas sirvieron de escenarios propicios para la celebración de ritos 
mágicos, asambleas, fiestas y aquelarres. Este impresiona. Yo creo que, viéndolo me parece 
igualmente posibles los dos orígenes estimados de la palabra roble: del griego Kerkaleos “duro, 
áspero” o del céltico quercuez "árbol bello".
Dicen que sobrevivió a la caída de un rayo (lo que es cierto es que la herida se puede ver 
en corteza del tronco). Aunque hay una valla de madera y un cartelito muy clarito que dice 
que no se puede traspasar, como mi amigo Alfonso –no quiero cargar la culpa en él, eh?- 
me dijo que todo el que va se hace fotos tratando de abarcarlo con los brazos extendidos, 
pues saltamos la valla, nos colocamos y nuestro reportero Josechu nos inmortaliza. Para 
hacerla necesita cuatro fotos que esperamos que con su habilidades fotográficas integre 
en una. Hay que decir que, siendo dieciséis no tenemos más problema en lograr abarcar los
 diez metros de impresionante diámetro.

La vuelta, cuesta abajo, tranquila. El folleto no cuenta que los frutos de los robles,
 las bellotas, fueron alimento básico para los pueblos cántabros que poblaban estas
 comarcas antes de la colonización romana. Solamente pensar en semejante manjar, 
se nos hace la boca agua y nos recuerda que es la hora de comer.
A comer en San Salvador de Cantamuda
Vamos hacia San Salvador de Cantamuda pasando por Vañes donde está el centro 
terapéutico “Clínica Activa Residencial de Vañes”, centro aparentemente de lujo, 
donde la gobernanta me ha contado –con nombres, apellidos y diagnósticos- que se 
ven caras conocidas del mundo de la política, la canción, el famoso, el deporte,… y 
donde a juzgar por los tratamientos que ofrecen, -desintoxicación médico psiquiátrica, 
deshabituación psicológica, psicoterapias individuales, socio terapias, terapia ocupacional
 (me imagino que a esta última vendrán los políticos para aprender a hacer algo)- no 
vienen de vacaciones.
 
En San Salvador, tras un forcejeo entre las siempre-preocupadas-por-lo-que-comerán-sus-niños
 mamás y la ligeramente rígida encargada, por doce euros, comemos tres primeros platos
 (espárragos con anchoas, sopa de ajo y garbanzos) –no a elegir, sino que comemos los tres-
 y tres segundos (codorniz guisada, carne a la brasa y churrasco) – nuevamente no a 
elegir sino a comer- y dos postres (tarta de queso y fruta) –en este caso a elegir (menos
 mal¡). Todo ello en un decorado muy bonito, o al menos, curioso, en el que las paredes 
están forradas de zuecos negros y bastones de mil y un diseños diferentes. Las hechuras
 de mi pantalón no dan para más, aflojo el cinturón e imagino el chillido que pegará mi 
balanza cuando me suba a ella el lunes por la mañana (a lo mejor evito el encuentro, 
más que nada por no disgustarle).  
Para recuperarnos del atracón damos un paseo por el bello pueblo cuya colegiata fue 
fundada por la Condesa doña Elvira de Castilla a finales del siglo XII (yo no había nacido
 –casi, casi,..- así que no os puedo contar cómo era la Condesa, pero seguro que era
 piadosa a la par que intrigante y pérfida como todas las Condesas) y en cuyo
 entorno surgió la población. Como en todas las iglesias románicas jugamos con los
 niños al veo veo con la variada imaginería de los canecillos que sustentan la cornisa 
del templo –tigres, ciervos, bufones, guerreros, flores, caballos, bueyes,… (haciendo 
un inciso, animo a que los navarros que lean esto o los que vengan a estas tierras, 
vayan a la iglesia del pueblo de Artaiz y descubran en uno de sus canecillos una imagen 
de esa parte del cuerpo masculino que la Dra. Elena Ochoa nombró por primera vez 
en televisión en “Hablemos de sexo”). ¿Os imagináis un capitel de una iglesia construida
 en estos años con decoraciones de tal temática?  
Niños al Pisuerga…
Antes de coger el coche dejamos que los niños se desfoguen en la orilla del río 
saltando de piedra en piedra y evitando mojarse con el salpicón producido por las piedras 
que -¡quién iba a ser¡- lanza desde el puente románico. Balance: un niño y una niña 
desparramados en el agua y sus mamás (no es incorrección, fueron ellas) lanzándome
 una mirada verde fosforito tipo rayos “Caiga quien Caiga”. El “contratiempo” nos obliga 
a buscar un sábado por la tarde un lugar abierto en Cervera de Pisuerga donde comprar
 zapatos y calcetines secos. ¿Misión imposible? No. Hay una tienda  regentada por chinos.
 Misión cumplida. 
Cervera merece una tarde aunque solamente sea por ver dos cosas: En primer lugar,
 la Casa del Parque, centro que permite conocer el Parque Natural Fuentes Carrionas 
y Fuente Cobre-Montaña Palentina. En la planta superior, se halla la sala “En vivo y 
en directo”, que posee una pantalla conectada a una cámara de vídeo que está en 
pleno Parque y puede ser accionada por los visitantes (tratando de ver, cosa nada 
fácil, algún oso de paseo) y el video “El día a día en la montaña” un recorrido por el 
Parque a través de las cuatro estaciones es una preciosidad. 
En segundo lugar el eremitorio rupestre de San Vicente, de camino al cual, nos 
encontramos con unos caballos y potrillos a los que todos los niños (me incluyo) 
damos de comer hierbajos que vamos recogiendo. Una vez que tenemos ganada su 
confianza, viene el número final en el que alguien, quién va a ser, coge un manojo de 
hierba fresca, lo pone en su boca y se agacha para que el potrillo, confiado, coma de ella.
 Los niños saltan y gritan no sé si de miedo (temen por el potrillo…), de contento (a ver
 si se muerde…) o de vergüenza (¡!se están dando un beso¡¡) –mis hijas hace un rato 
que se han escondido para no verme y tener que decirme sus expresiones preferidas 
–“Papá, no seas patético (María) y “ Papa no hagas el ridículo (Paula)”-. 


Un lugar curioso. La ermita está rodeada de una necrópolis, fechada entre los siglos
 VIII y IX, que cuenta con tumbas excavadas en la roca de las que pueden verse 
actualmente una decena. No podemos hacernos una foto tumbados en ellas –¡!!!sacrilegio¡¡¡¡-
 porque están llenas de agua. Pena de foto. Dentro hay una sala rectangular con varias
 entradas y vanos, a los que se suma lo que parece una capilla excavada al este, 
diferenciada del resto por un escalón La ermita y la necrópolis pudieron formar parte 
de un pequeño complejo monástico que contaría con otros edificios ya inexistentes.  
Sé que la amable dependienta de la oficina de turismo nos rogó que los cabritillos que 
saltaban a nuestro alrededor no se subieran por la roca. Lo intentamos, pero es un lugar 
demasiado atractivo para no jugar en él al pilla-pilla, al escondite, hacerte fotos en 
la cúpula,…y si ha aguantado tantos cientos de años no creo que nuestra mal nutrida 
prole haga caer la cubierta (y yo tomé la precaución de no subirme… soy consciente 
de mi bajo estado de forma…).  


 
  

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