23 de enero de 2011

Córdoba, con C de Convivencia (3-5)

(Para Ana A. ...a pesar de ser culé)
(para http://www.artencordoba.com/ una increible web sobre una increíble ciudad)
“Tu madre tiene los ojos claros,
yo un tatarabuelo de Brasil  
yo soy del sur, de Montevideo,
y tú mitad de allá y mitad de aquí.
En este mundo tan separado
no hay que ocultar de dónde se és,
pero todos somos de todos lados,

hay que entenderlo de una buena vez
Tu madre se crió en Estocolmo,
la mía al sur de Tacuarembó,
tu madre y yo vinimos al mundo, igual que tú,
porque así lo quiso el amor”


Jorge Drexler, “De amor y casualidad”, Lluvia
ABDERRAMAN II
Siguiendo la tradición familiar, fomentó las artes, las ciencias, la agricultura
y la industria. Fue poeta y puso de moda el gusto por el lujo oriental
atrayendo a su corte a los famosos sabios y artistas de su tiempo como
 el músico Ziryab que, aunque nacido en Bagdad, los celos profesionales
 de su maestro le empujaron a emigrar. Gracias a él, es aquí en este mi
pais donde se introdujo la quinta cuerda en el laúd, el ajedrez, las copas
de cristal en sustitución de las metálicas, el orden en que se debían servir
 los platos, los hoy considerados exquisitos espárragos trigueros,… y
muchas otras cosas más.


 Pero donde mejor se lo pasaba era en los baños del palacio califal que
mando ampliar y embellecer. El califa tenía sus propios baños califales
y una cosa que llama la atención es la belleza de los construidos por
Abd-al Rahman II y las hechas por almorávides y almohades, mucho
 más toscas –para algo consideraban a los omeyas unos degenerados
que, desoyendo las enseñanzas de Mahoma, se había dado al lujo y
la diversión, origen, todos lo sabemos, de todos los pecados…-.   
El baño público o hammám es uno de los centros principales de la 
vida social donde se hacían negocios, se confabulaba, se urdían intrigas
 y donde, en algún caso, se consumaban venganzas –entre 1018 y
1024 dos califas fueron asesinados por sus ayudantes mientras
disfrutaban del baño (¡si es que no le dejan bañarse a uno
tranquilo…!)-. Eran a aquella época lo que los campos de golf o los
palcos VIP de los campos de fútbol ahora.
El rey cristiano y su amante
Tan bonitos eran que en 1311, cuando Alfonso XI, a sus 31 años, vino
a Córdoba acompañado de la madre de sus dos hijos, Dña Leonor
De Guzmán, su amante…, para satisfacer sus deseos (que
caprichosona le pedía “¡Anda jo¡, cariño, yo quiero unos iguales…!”)
mandó contratar a un arquitecto árabe para que en el palacio
cristiano construyera unos que no desmerecieran de los baños
del califa omeya.
Mandó también construir más de treinta baños públicos en toda
Córdoba. Por aquel entonces, la pujanza de la ciudad se medía por
 el número de baños. Ahora, salvo en “Villa Meona”, casa de Isabel
Preysler, donde hay más de veinte, la pujanza se mide por la división
 en la que está el equipo de fútbol…
Estos baños desparecieron en 1492 con el "Decreto de la Alhambra" 
por el que definitivamente se expulsaba a judíos y los árabes que
quedaban en la península. Si alguno/a le interesa, en este blog se
explica muy bien y puedes leer el decreto completo –dos páginas,
cada frase un cuchillo, cada párrafo un atentado, sin desperdicio-
(http://brunoalcaraz.blogspot.com/2004/12/el-decreto-de-la-alhambra-o-edicto-de.html)
No me extraña que haya quien defienda que Isabel, la católica, 
murió en “olor” de santidad…
Hammam, el baño árabe (Julio, te veremos en otra ocasión)
Por la tarde arrecia la lluvia así que cogemos un taxi y le pedimos que 
nos acerque al Museo de Bellas Artes y el Museo Julio Romero de Torres
 que comparte solar. De camino, el taxista,  como el camarero carlista,
hace gala de conocer bien la historia y lo que hay que ver en Córdoba.
Conforme nos vamos acercando nos va dando ideas entre ellas la
posibilidad de darnos un baño árabe en una recreación de uno de ellos.
Al llegar al destino, nos encontramos con el Museo de Julio Romero de 
Torres cerrado por reformas (Córdoba se está poniendo guapa para tratar
de lograr ganar la candidatura a Ciudad Europea de la Cultura 2016, de
la que ya ha quedado apeada Pamplona –Yolanda, querida alcaldesa,
teniendo a Córdoba como competidora, lo teníamos muy muy muy
difícil-). Y nos entra la pereza ver cuadros y cuadros en el Museo de
Bellas Artes.
En ese momento, Ana sugiere… ¿Y un baño árabe? ¡Venga! 
Dejamos a Julio Romero de Torres para otra ocasión aunque, si 
alguno no quiere desplazarse hasta Córdoba, en Bilbao, no en la
lata de titanio sino en el Museo de Bellas Artes, edificio y entorno
 precioso, con bonita cafetería con vistas a un gran parque, está
uno de los cuadros más bonitos de este artista cordobés –que no
solo pintaba mujeres guapas con trajes de cordobesa y representaba
 a la mujer andaluza más folclórica-: una mujer, con un niño
pequeño en pantalón corto agarrado al brazo, nos mira, el marido
 no se sabe dónde está (probablemente ella tampoco lo sepa), la
ciudad está nevada, y sus ojos se clavan en ti y te interrogan, te
hipnotizan. No puedes apartar la vista de ellos y te quedas con la
duda de saber porque esos ojos negros tan bellos están tan tristes.  
Llegamos a Hammamd de Al Andalus donde nos dicen que esta 
todo completo hasta las diez de la noche, hora de cierre. Nuestro
gozo en un pozo… “Salvo que ustedes quieran entrar pues ha fallado
 una pareja” ¡¡Alá es grande!! “Claro que sí¡ aunque no tenemos
bañadores…” “Sin problema les alquilamos uno por un euro”. ¡si es
que están en todo¡
El agua es un elemento esencial a la cultura islámica en base al cual 
diseñan sus ciudades. Como pueblos del desierto la tratan como un
lujo.  Además la necesidad de purificación ritual previa a la oración y
la frecuencia de la misma, hacían de esta cultura una de las más
aficionadas a la higiene corporal de cuantas se conocen.
Los omeyas nos enseñaron a regar nuestros campos, llenar nuestras
ciudades y casas con fuentes, a asearnos. El baño semanal, para ir
limpios a misa mayor el domingo, es herencia suya (antes nos
lavábamos un día al mes hiciera falta o no… y en las fiestas grandes,
que eran cuatro…).
Recuerdo a mi abuelo Ricardo (Jadraque) como tenía pánico (el lo 
llamaba “respeto”) al agua. Cuando ya muy mayor le íba a bañar,
se enfadaba conmigo porque le llenaba mucho la bañera y apurado
me decía “!!quita agua, que si no van a poder las aguas conmigo¡¡”. 
 ….También se molestaba al pensar que siendo un chico listo y
estudioso me creyera el cuento de que el hombre había ido a la luna
 en aquel verano de 1969… (y el tiempo parece que le va dando
 la razón)…. Estés dónde estés, abuelo, me sigo acordando de ti siempre
 que creo que he hecho algo importante... 
 
El baño árabe al que entramos, construido en las dependencias y el 
patio  de una casa del siglo XV, como los primitivos, cuenta con
vestuario, salas de agua fría, templada y caliente y el hornillo que calienta
 las aguas. La sala  principal, que ocupa el centro, es la templada. Es
también la estancia más grande, donde pasas más tiempo y esperas tu
turno para que artistas del masaje te llamen.
Sumergido en la zona templada, rodeado de columnas, capiteles y arcos
al más puro estilo califal tu imaginación despierta y te imaginas este
lugar llenos de mujeres desnudas (las lectoras que cambien el sexo de los
 protagonistas, pero el que escribe es lo que imaginó…) descansando,
bebiendo té, aprovechando ese espacio en el que podían tranquilamente,
sin censuras compartir esperanzas, miedos, ilusiones,… dándose los
últimos retoques de maquillaje o peinado... en fin, corto,
que me pongo malo¡
El ambiente es sencillo y acogedor, gracias en buena parte a la 
iluminación, producida de modo indirecto a través de varias pequeñas
aberturas en el techo, en forma de estrella cubiertas por vidrios coloreados
 que dejan pasar una luz tenue y matizada, creando un ambiente de paz
y tranquilidad y las velas situadas a los pies de cada columna.
Suena la dulce voz de la masajista “¿Daniel?”. 
Seguro que con cara de corderito, voy al encuentro de la dueña de esa
cautivadora voz, una chica de largos cabellos negros recogidos en coleta,
tez morena y ojos verdes verdes verdes verdísimos. Dado mi estado de
 “embriaguez tontuna” me ayuda a tumbarme en una especie de mesa de
 mármol octogonal, caliente, donde pareciera que te me va a sacrificar a
 los dioses como cordero pascual. Allí procede al masaje exfoliante
tradicional -al principio me animé… … luego me asusté… pero resultó
 ser una limpieza de piel…- que realiza con un guante Kessa y jabón
natural. Me dejo llevar.
Después un masaje relajante en espalda y piernas con aceites esenciales
entre los que podía elegir -azahar, jazmín, romero,...- “¿Cúal desea?”
pregunta.  “El que tu quieras, Sherezade, pero cuéntale otra historia a
tu sultán Shahriar…” pienso…. esto…  “Jazmín”, digo.
Tras esta experiencia, casi cantando bajo la lluvia vamos a cenar al 
“Caballlo Rojo”, también recomendado y recomendable, donde una
ensalada andalusí y una perdiz con miel regados con unas copillas de fino
 hacen que podamos decir que a la lluvia en Córdoba es pura maravilla…
 (o era en Sevilla… ¡qué más da!) y su fino, gloria bendita.
ABD al-RHAMAN III
Salón al-Kamil del Palacio del emir de Córdoba, corría el año 912. 
Abd-al Rahman III se sienta en el trono para recibir el juramento de
fidelidad empezando por sus tíos paternos, todos ellos con mantos y túnicas
 exteriores blancas en señal de luto por la muerte de su abuelo. Después se
dirige a hacer la oración fúnebre por su abuelo e inhumarlo en su sepulcro
 situado en el jardín del alcázar. También manda enviar cartas a los
gobernadores de todas las coras pidiéndoles el acta de juramento de
fidelidad (“el que se mueva no sale en la foto”, Alfonso Guerra dixit).
Y se hace llamar Califa o Príncipe de los Creyentes (de unos de los
creyentes, claro).
El pequeño Abd al-Rahman quedó huérfano de padre con sólo tres
semanas de vida y creció y se educó al pié del trono real por voluntad
expresa de su abuelo el emir Abd Allah que no tardó en designarle su
sucesor. En palacio se educó en un entorno hispánico, sus primeras clases
 las recibió en lengua romance, ya que en la casa, mujeres, concubinas
y esclavas con quienes convivían eran de origen indígena. Por eso
siempre habló con mayor naturalidad el romance que el árabe.
eusko-kalifa Sabin Abd - al Arana
Soberano hispano-árabe, hijo del príncipe Muhammad y Muzna, cristiana
cautiva Navarra –las del norte de la península eran las preferidas porque
podían hablar con ellas en romance-. Ahora que lo pienso, pero
¿no dicen paisanos míos que en el Reyno de Navarra se hablaba el
euskera, lingua navarrorum?. Será que leemos periódicos diferentes….
Además su abuela era la princesa navarra Iñiga, hija de Fortún el 
Tuerto y nieta del rey de Pamplona Iñigo Arista. Como se entere
Anasagasti… ¡se le despeina el flequillo lateral (o descubre que con
turbante ahorra en gomina…)! Mezclados con moros. Si el eusko-kalifa
Sabin Abd - al Arana hubiera vivido en aquella época esto no hubiera
pasado….
Como su padre y su abuelo, como omeyas procedentes de Siria que eran, 
tenía la piel blanca, los ojos de azul intenso y pelirrojo aunque –coqueto-
 se teñía de negro.
 
Si leías el periódico oficial, el de sus cronistas, atesoraba todos los dones 
intelectuales y morales: era cortés, benévolo, generoso y muy perspicaz.
Una perla, vamos. Si leías los periódicos de la oposición, era cruel y
sanguinario y ejemplar en sus castigos. Para los díscolos…. trajo unos
leones que le regalaron sus amigos del norte de Africa, que guardaba en
lo que todavía hoy se denomina puente de los leones, y cuya manutención
 les salía gratis... Un bicho…. Probablemente no fuera ni lo uno ni lo
otro, como suele pasar.
Dice Arjona en “Historia de Córdoba en el califato omeya” –auténtico
ladrillo insufrible que solamente he sido capaz de leer en transversal para
 sacar alguna curiosidad que amenizara este relato- parece que sí que tenía
 una gran inteligencia y una tenacidad (lo de cabezota le vendría de
por parte navarra… digo yo… no es muy riguroso… pero es que no soy
 historiador), una gran ambición y cierta rigidez que, en ocasiones se
manifestaba en arrebatos de cólera (vamos que como se cabreara…
ponía a todos mirando para la Meca).  
Parece que como devoto no pasará a la historia, fue fanático y muy 
tolerante con las minorías cristianas y judías. Menos con los rebeldes
árabes y los sectores cristianos-visigodos que de vez en cuando se
sublevaban y que eran los que le quitaban el sueño. Pero con
cimitarrazo aquí, pacto allí, parece que dejó a todos como la seda
 Al Andalus y pudo dedicarse a lo que realmente le gustaba: el arte,
el lujo y la ampliación de la Mezquita Al Jama, la grande, la de las postales,
 en la que se hacía el rezo de los viernes al que no debía faltar n
i Alá (Ni Dios –nota del agnóstico traductor respetuoso pluriconfesional-).
Si bien en Córdoba llegó a haber más de 200 mezquitas, Al jama,
la grande, solamente hubo una.
De la Ceca a la Meca….
Y así que iba de la Ceca (casa de la Moneda donde acuñaban los dinares
y dirhemes para gastarse sus caprichitos) a la Meca (en su caso,
la Mezquita) donde derrochaba gusto y dinero en columnas, capiteles,
arcos, que todavía hoy quitan el hipo y en una torre o alminar que debía
dejar en ridículo a la giralda de Sevilla por altura y esbeltez –qué pena que
esté embutida en el campanario que se puede ver ahora-). Ya me he
enterado de dónde viene eso de ir de la Ceca a la Meca…
Dinero- Rezar- Dinero-Rezar-Di… … ¡No sigo que me caliento!
En su ampliación ya no utilizó capiteles y columnas recicladas sino 
que se labraron especialmente para la ocasión. La verdad es que esta
parte te deja boquiabierto, incapaz de digerir tanto gusto, tanta belleza,
 tanto detalle, tanta maravilla en tan poco espacio. Te quedas sentado
en el suelo, apoyado sobre una columna y empiezas a mirar a tu alrededor
 y, al menos a mí, se te poner la carne de gallina. ¡qué locura más
maravillosa! Que me hace recordar una frase de “El Tercer hombre”
de Graham Greene:
“En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras 
matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y El
 Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años
 de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj
de cuco"
No todo fue alegrías para Abd al-Rahman III. Su único y pero gran
disgusto, perder la batalla de Simancas que, dicen, cuentan, se
rumorea, le sumió en una profunda depresión de la que no levantó
cabeza (¡¡qué mal perder!! ¿no?) de la que solamente le sacaba sus
 visitas a su sueño (¡!y de quién no¡¡) hecho realidad: el palacio de
 los palacios, el lujo de los lujos, Madinat al-Zahra, donde recibiría
 a los príncipes cristianos -navarros, leoneses, francos,
damasquinos,…- que volvían a sus reinos muertos de envidia y
rabia al tener que reconocer que sus castillos eran unos chalets
con forma de almacenes de ganado comparados con el esplendor
y el lujo que habían visto.
Y es que Córdoba era ya la capital de uno de los estados más florecientes
de Europa y del Occidente islámico. Su población rondaba los 300.000
habitantes cuando Londres y Paris no llegaban a los 20.000 y las capitales
de los dos reinos cristianos más potentes, León y Pamplona no pasaban
de 5.000.  Durante su califato llegaron a este mi país los mayores
 avances en ciencia, medicina, cirugía, astrología, arte, poesía, música
y arquitectura. Y, sobre todo, nos enseñaron a que las “tres culturas
del libro (cada uno el suyo)” eran capaces de convivir de forma creativa
 sin mayores problemas entre musulmanes, cristianos y judíos, más
allá de lógicas riñas de vecindad y algún conato de integrismo de unos
 u otros. Comparado con mi comunidad de vecinos, nada.
 
Lo que, depresivo o no, no hacía era perder el tiempo y, claro, teniendo
en cuenta que no había televisión, ni fútbol, ni partidos de pelota, ni… 
pues tuvo once hijos y dieciséis hijas –al lado de Abd al-Rahman I que
tuvo cien, un vago- de los cuales solamente le sobrevivieron cinco
varones –el mayor, posteriormente Califa Al-Hakam-.
Como era un tipo listo y se conocía el bacalao familiar, para que los 
infantes no le dieran guerra y sobre todo no tuvieran querencia por el
 trono y riquezas paternas, les regaló una almunia o cortijo a cada uno
en los alrededores de Córdoba para su soslayo al aire libre y beneficio
de sus rentas (que hasta un administrador les ponía que sus rentas
crecieran año tras año). 
Es en abril de 960 cuando Abd- al Rahman III enferma gravemente
de un ataque de parálisis producido por un accidente vascular del
que ya no se recuperaría.

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