10 de octubre de 2010

Vacaciones en Holanda 3. En Rotterdam (II)

fietsen in Kinderdijk (en bicicleta por Kinderdijk)
Llegamos a Kinderdijk donde alquilamos unas bicicletas 
que nos permitan pasear por toda la zona cómodamente. Una canal central y dos caminos que discurren paralelos, uno a cada lado, salpicados cada unas centenas de metros por molinos construidos en madera y con palas de cañas y telas –que festín para Don Quijote, y qué sofoco para Sancho Panza, tras una buena olla podrida¡-. ¡Qué lugar para este, por conocida, no menos divertido diálogo:
“-Mira, Sancho, contempla lo que tenemos allí delante: ¡más 
de treinta desaforados gigantes! Y ahora mismo pienso entrar en batalla con ellos y quitarles las vidas para enriquecernos con sus despojos.
- Muy bien, señor, muy bien … ¿Y a qué gigantes se refiere?
- ¿Eh? ¡Aquellos que ves allí!
- ¿Allí?
- ¡Ésta es buena batalla, Sancho …!
- ¡Señor ! ¡No son gigantes! Y lo que parecen brazos son
las aspas, señor …
- ¡Calla, Sancho ! Y prepara a Rocinante porque yo voy a
entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
- Preste atención vuestra merced, con todos mis respetos, 
son sólo molinos que mueve el viento, señor. Son molinos.
- ¡Son gigantes! ¡Socorredme, señora mía Dulcinea!”
Soy consciente de que me encuentro en el origen de la 
energía eólica y que, para los que vivimos del aire… digo viento, este lugar también debiera ser un lugar de peregrinación. Se me ocurre mandarle un sms a mi jefe diciéndole que el día de hoy no me cuente de vacaciones pues estoy de trabajo en un parque eólico. Me lo pienso dos veces, que no está el horno para bollos, y no vaya a quedar maltrecho como nuestro loco Alonso Quijano…
Lo que realmente siento es que, efectivamente, es un lugar 
precioso para venir de paseo o en bicicleta, para disfrutar de una mañana o una tarde agradable, que efectivamente tenía razón Gabriela en recomendarnos el lugar y que, si tengo que poner una pega, por poner una nada más, sería que del molino no haya salido la hija del molinero con su gorrito blanco, su traje negro con bordados y sus zuecos. Pero quizás sea demasiado pedir.
Pedaleando de vuelta me acuerdo de las canciones populares
de mi tierra consorte, León, donde el molinero siempre aparece como un elemento peligroso para las mozas del pueblo que a van a moler el trigo al molino. En concreto me acuerdo de una jota leonesa que no tiene desperdicio (aunque -y, va en serio, censuro las partes más procelosas- Ministra Aído tápese los oídos):
El molino que está en las afueras, tanto y tanto da que hablar,
que las mozas están descontentas, y los mozos, mucho más.-
(estrofa censurada)
No vayas nunca al molino a moler, Porque te puede coger 
el molinero,
Y con el trigo que llevas verás, Cómo con él perderás trigo 
y dinero.
No vayas nunca al molino a moler, porque te puede salir 
cara la harina,
Y con los mozos muy mal andarás, y solterona después te 
quedarás
Han querido quitar el molino, cosa que no puede ser,
porque el señor alcalde lo ha dicho: que hace falta pa moler.
(estrofa censurada)
No vayas nunca al molino a moler…...
¡Ay Santa Teresa, que me he vuelto a divertir y me ido hasta 
la montaña leonesa¡ Como hemos estado a gusto pedaleando por los caminos de la zona, nos quedamos sin ver uno de los molinos cuyo actual propietario amablemente, y previo pago de 3 euros, te enseña su interior, su funcionamiento y la historia de este entorno tan singular. Pero el barquito no espera y hemos quedado a las cinco y media en Station Blaak con David y Gabriela para que nos enseñen Rotterdam, una ciudad que, si hubiéramos visitado hace poco más de sesenta años no hubiéramos encontrado más que un solar en ruinas.
start vanaf nul (empezar de cero)
El 10 de mayo de 1940 el General alemán Schmidt, en 
el intento de Hitler de invadir Francia por el norte, se dio cuenta que tenía que pasar por Holanda y Bélgica. Como no tenían mucha paciencia ni mucha vergüenza (recordemos, una vez más, a Groucho Marx para quien “inteligencia militar es una contradicción de términos en sí misma”), ordenó un atraso del ataque aéreo sobre Rotterdam previsto a las 13.20, a las 16:20 para solicitar al Jefe de la Guarnición alamana de Rotterdam que iniciase las negociaciones para la rendición de la ciudad antes del ataque. El mensajero no había llegado todavía cuando se inició el bombardeo a la hora inicialmente establecida.
Pocas casas quedaron en pié. Una de ellas la Witte Huis 
(Casa Blanca), durante mucho tiempo una de las construcciones de oficinas más altas de Europa y, ese 10 de Mayo de 1940, lugar en que se encontraba la Guarnición alemana. Será por eso, por lo que se libró…
La ciudad quedó devastada y tras el fin de la segunda 
guerra mundial, los holandeses con ayuda de los países aliados comenzaron su reconstrucción de cero. El centro de Rotterdam era un auténtico solar derruido. Como aspecto positivo, muchos de los arquitectos vanguardistas de la época pudieron poner su imaginación al servicio de la reconstrucción y esta ciudad es de las que tiene un auténtico museo arquitectónico con edificios singulares de los mejores arquitectos de aquellos años y los actuales.
Además de la Witte Huis, solamente queda de la época 
anterior Delfshaven, lugar muy animado donde mientras  esperamos a David y Gabriela nos tomamos una cerveza de fabricación local, la Pilgrins, en homenaje a los que partieron de este puerto hacia América y que solamente se vende aquí. La zona es muy animada –y aquí vuelvo a ver que las guías turísticas tienen un gusto diferente al mío ya que a Rotterdam le vuelve a dedicar cuatro páginas casi regañadientes cuando para mí va a ser una de las tardes más interesantes y bonitas del viaje-, está llena de vida, con restaurantes, pubs y teatros alrededor de los canales y el pequeño puerto que todavía guarda aires del siglo XVII. Como es la hora, vamos a Station Blaak.
architectuur lab (laboratorio de arquitectura)
De camino, nos encontramos con un grupo de holandesas 
de despedida de soltera. Llevan todas una camiseta en la que en la parte de delante dice “Me gustaría casarme con” y estampada está la foto de Johnny Deep mientras que en la parte de detrás dice “Pero me tengo que casar con” y aparece la foto de un joven significativamente menos agraciado que el protagonista de Piratas del Caribe.
Para financiar la diversión y las cervezas que hagan el 
increíble (y fugaz) milagro de que el mendrugo de atrás se parezca al apuesto Deep, la simpática víctima lleva un pantalón en el que sus amigas han dibujado monedas de 1 y 2 euros y billetes de 5 y de 10 euros. En mi caso, darles dos euros me da derecho a cortar y llevarme el trozo de pantalón de la moneda de dos euros que elija. Como estoy casado y mis hijas están delante, a pesar de que hay monedas en lugares más interesantes y escondidos, recorto una moneda de la parte de la rodilla. Le doy mis dos euros y me quedo con el trozo de tela. Tot zines¡” (hasta pronto) y “veel succes¡” (buena suerte).
Nos encontramos con Gabriela y David en el lugar convenido:
la marquesina de entrada a la estación de Station Blaak, una joyita arquitectónica elegante y sobria que se integra en el entorno a pesar de su singularidad y belleza – no como las del cantamañanas de Calatrava que lo que quieren es aplastar el entorno para que solamente se distinga su ego en forma de marquesina, puente, edificio,… o lo que le encarguen (se ha notado que no me gusta, ¿verdad?)-.
Lo primero que vemos son dos grupos de edificios muy 
originales que son uno de los emblemas del Rotterdam moderno: los Kubus-Paalwoningen (apartamentos unifamiliares en forma de cubo apoyados sobre su eje central) y Het Potlood (El lápiz), éste último llamado así por razones muy muy obvias. Su arquitecto, el imaginativo Piet Bloom.
Las Cubic Houses, una de las principales atracciones de la 
arquitectura de Rotterdam, son 39 casas en forma de cubos todavía hoy habitadas. Visitamos una de ellas –porque se visita, no porque yo llame a la puerta y lo pida, cosa probable por otra parte- para curiosear y ver cómo se hace para vivir en una casa así. Las cuatro paredes de cada estancia están inclinadas, hay esquinas por todas partes y todo, incluidos los muebles fueron diseñados por Bloom (porque de haber existido Ikea entonces, sus muebles normalizados no hubieran pasado del primer quiebro de escalera¡).
Muy cerca, también es increíble la biblioteca de Rotterdam, 
que llama la atención por sus formas: ocho pisos decrecientes en forma de pirámide y con tuberías amarillas alrededor del edificio.
Y repartidos por la zona se pueden ver edificios de los grandes 
arquitectos contemporáneos, arquitectos famosos que han dejaron su sello como Norman Foster (su mujer, la Doctora Elena Ochoa –la primera mujer que dijo la palabra “pene” en televisión, mirando fijamente a la cámara, sudando tinta para no pestañear y que pareciera natural- y que, por ello, se ganó merecidamente una de las más memorables imitaciones de Chema Millán, de Martes y Trece, únicamente superada por el gag de la “empanadilla de Móstoles”. Los más jóvenes, buscad en “you tube”), como Renzo Piano (para mí el mejor arquitecto contemporáneo pero del que, por desgracia no conozco ningún cotilleo -prometo enterarme-), Quist, Nienmeyer,… vamos que están todos (menos afortunadamente que yo sepa el hortera de Calatrava¡).
levendige Stad (una ciudad llena de vida)
Gracias a tener unos cicerones de lujo, paseamos por 
Rotterdam y nos van enseñando las zonas de más ambiente, bares y terrazas donde se respira mucho glamour y mucho euro, a juzgar por las marcas de ropa del personal que, según me cuentan, son lo mejor de  mejor y que contrastan con mis pintas de guiri con gorra -de la selección de Portugal-, camiseta y pantalón corto -si me viera mi madre…-.
Como ocurrió con La Haya, Rotterdam resulta ser una 
gratísima sorpresa. ¿Por qué? Probablemente porque no esperaba nada, iba con los ojos limpios, sin ninguna foto de la guía o postal en la cabeza que tuviera que identificar en la ciudad (que es lo que los turistas solemos hacer: ¡¡mira, loli, el palacio del folleto¡¡). Cuando uno no busca nada, es cuando más encuentra. ¡¡Jesús, que trascendente ha quedado!! Pero es cierto y, como nadie va a leer esto salvo mi madre (sigue siendo la única mujer en el mundo que nunca me dice que no…) me permito una disgresión plenamente consciente.
 
La felicidad es más difícil de definir. Pero la infelicidad 
(y su prima carnal) la frustración es el espacio que queda entre lo que espero y lo que obtengo, entre lo que me había imaginado y lo que realmente ocurre. No esperaba nada de Rotterdam y todo me está sorprendiendo.
Decía Henry Ford, el de los coches, que “no puedes labrarte 
una reputación con lo que dices que vas a hacer”. Algo parecido a lo que quizás le pase a Barak, el becario de Michelle Obama, que generó tantas expectativas que lo mejor que podrá pasarle es que las cumpla. Y lo peor (ya está ocurriendo) que no lo haga y la esperanza negra se parezca cada vez más a Bill, el saxofonista de Arkansas, marido de Hillary –que, todo hay que decirlo, comparado con Chuck Norris Bush, era un angelito-.
David y Gabriela nos proponen cenar en Bazaar, su 
restaurante preferido de la ciudad, un turco bullicioso, adornado en el exterior con las bombillas de colores que adornan las verbenas de fiestas de Biurrun y sobrecargado de lámparas, jarrones, teteras, alfombras, telas en todo su interior lo que le da un aire de zoco barroco pero muy simpático.
La carta es tan larga que pido al azar: un Yogourtla Adana, 
una especie de brocheta de carnes y con verduras y una cerveza turca, grande y fresca. La cena es deliciosa y el ambiente que se crea entre los seis comensales –David, Gabriela, Ana, mis hijas Paula y María y el que escribe (éste último animado por el jugo destilado de malta de trigo turca)-es muy divertido y, es en ese momento, fugaz, cuando salta la chispa, y se enciende una luz, muy pequeña, muy muy pequeña, como si fuera la “campanilla” de Peter Pan que me avisa de que, esté atento, que disfrute ese momento, ese preciso instante porque eso que siento que ocurre es lo que busco tantas veces y buscan cientos de libros de autoayuda que llenas las librerías –ya han entrado en la sección infantil y juvenil- y que los sabios llaman… felicidad.
 
Caminamos, ya de noche a la estación, para coger el tren 
y esta ciudad me sigue sorprendiendo por su vitalidad, por lo divertido de su mobiliario urbano: bancos que son colchonetas, árboles que son esculturas, esculturas que no parecen esculturas, marquesinas que parecen paraguas, cigueñas atravesando (aparentemente) las ventanas de edificios para indicar que en esa casa ha nacido un nuevo holandesito u holandesita (curiosa, simpática y divertida costumbre). Y me llama la atención que, de camino pasamos por una mezquita en construcción.
Y, lo reconozco, aún sabiendo que es nuestro Benedicto 
Diecitantos quien tiene la razón –para algo es infalible por decreto-, me alegra ver que se construyen lugares de culto de otras religiones porque cuantos más ingredientes tenga la cazuela, más rica será la comida –siempre que alguno de los ayudantes de cocina no le de por pasarse con algún ingrediente extremista-. Y me alegra que Pim Fortuim -racista y antimusulmán cuyo partido consiguió ser el segundo más votado en 2002- sea ya una broma macabra del pasado y que ya no exista -me refiero a su partido, no él que fue asesinado probablemente por otro que, como él, no entendía de respeto, pluralidad y riqueza cultural-.
De Zwarte Tulp (El Tulipán Negro)
Me alegra sobre todo en un país que no puede ser -como 
ninguno puede serlo (nosotros mismos fuimos emigrantes hace dos generaciones y podemos volver a tener que serlo) contrario a la inmigración- ya que quienes vinieron de su antiguas colonias han ayudado a hacer de este país lo que es. Y han ayudado a reconstruir esta ciudad desde cero y, aunque sea algo frívolo, a alegrar a los auténticos holandeses con gloriosas tardes de fútbol.
¿Por qué? Porque en 1993, cuando la marea de racismo subía 
y en Holanda y buena parte de Europa se promulgaban leyes contra las inmigrantes de los países que habían sido sus colonias - cuando los jóvenes blancos no encontraban trabajo, eran la gente de piel oscura quien pagaba el pato- como dice E. Galeano, “ni los ciegos militantes de la supremacía blanca podían negar que los mejores jugadores de fútbol de Holanda seguían siendo los veteranos Gullit y Rijkaard, hijos de hombres de piel oscura venidos de Surinam”, colonia de las antillas holandesas.
Muy especialmente Gullit (apodado “el Tulipan Negro”) que, 
frente al glamour y banalidad que derraman personajes como Cristiano Ronaldo (quien escribe, meregue) y tanto programa rosáceo, fue un gran activista anti-racismo que, como nos cuenta mi querido escritor uruguayo “entre partido y partido cantó, guitarra en mano, en varios conciertos contra el apartheid en África del sur, y en 1987, cuando fue elegido el jugador más destacado de Europa, dedicó su balón de oro a Nelson Mandela” que llevaba 25 años confinado por los afrikaners –tataranietos de los primeros holandeses- en la prisión de Robben Island y todavía pasaría dos más hasta que el 11 de febrero de 1990 fuera liberado.
Parece broma pero fue cierto: un negro holandés brindando 
su triunfo a un negro sudafricano encarcelado por un blanco holandés. 
terug naar Den Haag (vuelta a La Haya)
En tren de Station Blaak a Den Haag Centraal Station y 
paseando, pues la noche lo merece, a Laan van Roos en Dorn. De camino vemos una furgoneta de la policía junto a un grupo de mendigos. Le pregunto a David si los están echando de ahí. “No” –me responde- “les están dando de cenar”. No comment.
Esta noche, caemos redondos, agotados después del largo día. 
Yo, con la imagen de Gullit, un pedazo negro de metro noventa, espaldas como armarios y pelo rizado hasta media espalda, tocando la guitarra para que este lugar donde vivimos pueda ser un lugar mejor.
Hasta mañana¡
Dnl. 
León, Septiembre de 2010.

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