9 de octubre de 2010

Tarantela Napolitana (Acto Primero)

Las opciones eran tres: la primera, una visita a la isla de Capri donde veranea el famoseo, los quioscos de 
periódicos son diseño Dolce y Gabanna y el papel de baño de Ives St. Laurent –. Era prescindible, mi relación con Donatella Versace no pasaba por su mejor momento y ya me compraría alguna revista del corazón. Seguro que me enteraba de más y más barato-;

La segunda, las ruinas de Pompeya para ver cómo en el año 79 DC (Sara Montiel comenzaba a dar 
sus pasitos cantando) quedó una inmensa ciudad tras la erupción del Vesubio y que al que pilló visitando a Roca (no sé la marca de aquella época) allá quedó sepultado en lodo y ahora los turistas de hoy podemos ver su molde;

La tercera, perderme por Nápoles y ver vivos normales (o, al menos eso pensaba yo). Estaba claro. 
Y dispuse a darme un garbeo por Nápoles.

Según pones pie a tierra eres consciente de que estás en otro mundo. Una jauría de taxistas sin licencia 
te asaltan –colándose los unos a los otros, metiéndose unos paquetes de agárrate que hay curvas entre ellos, gesticulando como solamente saben hacerlo los napolitanos- ofreciendo llevarte a Pompeya por 40 euros. Cuando les dices en correcto spagnolo que lo que quieres es pasear por la ciudad, insisten: por 20 euros está usted en la puerta de Pompeya. Que no¡ que me voy de paseo por Nápoles.

Los pasos de cebra son orientativos, decorativos, dan al peatón una idea de por dónde pensaba el que
los pintó que podían pasar, pero cruzarlos –y como hice yo, mirando un mapa de la ciudad- es jugarse la vida. Empieza ser más fácil cuando aprendes que un bocinazo en napolitano significa “¡quítate, qué voy¡”
y dos bocinazos “¡si ya te lo había advertido¡”. Menos mal que siempre quedan las “areas pedonales” que, aunque alguno haya pensado alguna cosa diferente, son para poder pasear andando.

Según algunos, Nápoles es la ciudad más bella del mundo (yo soy uno de ellos); según otros, un laberinto 
ruidoso y horrible (también lo comparto, pero es que Nápoles es ambas cosas) de gente bulliciosa, mercados y puestos de comida al aire libre, ropas tendidas, calles estrechas, iglesias que aparecen escondidas entre rincones, griterío de la gente, motos y más motos...

Prometo que ví un señor en moto sin casco, con la mujer detrás sin casco, con la hija de pié entre el conductor 
y el manillar sin casco, hablando por el móvil que, hábilmente sujetaba con el hombro y la mejilla mientras saludaba a un supuesto amigo carabinieri que patrullaba por la acera.

Es cierto que si se visita sólo con los ojos, es muy probable que sus calles -de limpieza un tanto dudosa (que
fino me ha quedado), guarras como mi ciudad, Pamplona, un 7 de Julio, San Fermín, a las dos de la tarde-, sus deteriorados palacios reconvertidos en casas –que recuerdan vagamente a las calles de La Habana- y su circulación caótica te pongan “un poquillo nervioso”.

Yo, que llegaba por primera vez, tuve la impresión de que los napolitanos se divierten dando vueltas
sin cesar en sus coches, un curioso ballet al ritmo de unos cláxones que dura hasta las cuatro de la mañana.

Al centro histórico se llega por la Via Toledo en recuerdo del Virrey Pedro Álvarez de Toledo y Zuñiga que, 
además de hacer muchas obras buenas en Italia y tener una descendencia extensa, parece que no pudo resistirse a los encantos de las damas locales.

Se ve que el Ilustre Virrey le gustaba bailar la tarantela napolitana cuyo nombre tiene su origen en la 
Edad Media, en que la que se pensaba que el remedio para librarse de la picadura de una araña muy venenosa, era moverse mucho y bailar por tres o cuatros días, para que a través del sudor se eliminaran las toxinas del veneno.

Don Pedro y una bella dama napolitana casada debieron bailar mal -o dar algún paso equivocado- 
porque las toxinas de la hermosa dama napolitana casada no se eliminaron del todo y de ese baile,
nació un hijo bastardo en 1536. Raphaelin le pusieron al tierno a la par que ilegítimo infante.

Volviendo a Nápoles, la Via Toledo ha sido durante mucho tiempo la principal calle de la ciudad desde
que los virreyes españoles -como en esa clase de historia de 1984 estaba embobado mirando a la morena que me gustaba, no me acuerdo si eran Austrias o ya Borbones- eliminaron los muros defensivos erigidos por la Corona de Aragón-.

A lo largo de la vía Toledo, calle donde se juntan el mayor bullicio, ruido, napolitanas, vendedores 
ilegales, hábiles carteristas por metro cuadrado -alrededor de la estación central se extiende el mayor
 mercado de mercancías robadas de Europa occidental-, se instalaron todas las principales familias nobles
con sus palacios, mientras que el espacio entre la Via Toledo y los nuevos muros se construyeron viviendas militares (I Quartieri Spagnoli, los barrios españoles). La ragazza de información y turismo se ofendió cuando pregunté si había zonas en las que había peligro de robo. Debió pensar que, con las pintas que llevaba, poco me podían quitar.

Ahora todos estos palacios se han convertido en casas populares, con calles de una anchura de 3 metros en las 
que se puede ver la mayor exposición de lencería fina y gruesa, moderna y paleolítica, masculina y femenina que te puedas imaginar. Paseando por esas calles que además de estrechas son empinadísimas, fui paseando y jugando a adivinar el sexo y edad de los/as que vivían en cada casa.

Cuando veía unas enaguas de color beige, unas bragas y sujetador años setenta y unas tanguitas y 
minisujetadores de color rojo con encajes primorosos, suponía que vivían las tres generaciones de mujeres de la familia –abuela, madre y nieta-.

Cuando veía –disculpad por el crudo realismo descriptivo- media docena de calzoncillos más bien roñosos 
y con zonas de claroscuros, me imaginaba un piso de estudiantes. Cuando lo que colgaban eran una colección de impecables Calvin Klein y las multicolores braquitas y sujetadores imposibles, me imaginaba a unos recién casados. ¡Hay que estar colgado para ir haciendo esto…¡ pensaba yo, venir a Nápoles a ver bragas y calzoncillos, pero ¡¡Y lo bien que me lo pasé¡¡

En fin, dejemos la ropa interior de los vecinos de este barrio con una última curiosidad: en un momento 
dado me dí cuenta que había señales de dirección única y de prohibido el paso legales y otras “hechas a mano con madera”. Está bien esto de que los propios habitantes del barrio organicen el tráfico en su zona –para que las motos, los coches no pasan, no pasen por su casa haciendo ruido-. Se lo propondré a la alcaldesa de mi ciudad dentro de su programa de participación ciudadana: “¡Ponga usted las señales en sus calles¡”.

Continuando el paseo por las vias Tribunali y Vicaria, las carnicerías, abiertas a la calle, como casi todo, 
mostraban toda la variedad de casquería que uno se puede imaginar, sesos, hígados, cabezas de “porco” que te haría escapar sino fuera porque que quien la regenta es una bellísima napolitana morena, con unos ojos negros, negrísimos que hipnotizan y con una delantera que no tenía la scuadra azurra que ganó el mundial de España 82 (míticos Conti, Graziani y Rossi). ¿será porque, como dicen, en la antigüedad, las mujeres de Nápoles salían en las noches de luna llena a los balcones para que sus pechos fueran más voluminosos?- En aquella época las plazas de sereno del Ayuntamiento estarían solicitadísimas (pido disculpas a la Ministra Aído en particular y miembras en general por este comentario machista impropio de un cultivado universitario ibérico pero…)-

Futbol e Iglesia. Nápoles es una ciudad con dos religiones mayoritarias –y curioso, no excluyentes, 
para que aprendan las demás-: la católica con San Genaro como patrón y el fútbol con San Maradonna como protomartir-.

Empezamos por un poco de fútbol. Cuando ves esta ciudad entiendes las palabras de Eduardo Galeano, 
gran escritor uruguayo que nunca recibirá el Nobel aunque se lo merezca porque no baila al son que la Academia Sueca desea y que demuestra (yo pensaba que no podía ser… y me tranquiliza…) que puedes ser un gran intelectual y morirte por los colores de tu equipo (ya solamente me falta volverme un intelectual)..

Eduardo, cuando Maradona fue arrestado y encarcelado por consumo de coca durante el Mundial de 1994,
escribía que “En Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en San Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona… … Hacía más de medio siglo que el equipo de la ciudad no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia”.

Bonito, no? Me aprovecho de este gran uruguayo pero es que cuando ya hay alguien que lo cuenta tan bien, 
para que voy a estropearlo.

Y si dejamos el fútbol, ¿que queda? la Iglesia. Será en el Segundo Acto.


5 comentarios:

  1. ..."universitario ibérico" es una contradictio in terminis....

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  2. ...."universitario ibérico" es una contradictio in terminis

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  3. "universitario ibérico" es una contradictio in terminis...

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  4. ..."Corona Catalanoaragonesa" es una gran contradiccion. Solo existio una corona y un reino ARAGON. Cataluña no existia como reino.

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  5. Tienes toda la razón. Se corrige en un momento. a tñitulo personal te contaría la razón de este desliz (de versión) no de concepto. Muchas gracias¡

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